martes, 10 de febrero de 2015

Carta de amor.

Querida Sin Nombre:
                Sí, Sin Nombre, porque nunca lo llegué a conocer, porque fue lo que menos me importó. Y es que, aún desconociéndolo, me pasaba las tardes observando mi cigarro con el constante temor a que tú hicieras lo mismo; consumirte para siempre. Que cerraras esa puerta y nunca volvieras a abrirla. Bien, pues eso es lo que hiciste. Al fin y al cabo, escribo esto, porque tú ya no estás aquí. ¿Quién dice que una carta de amor tiene que tratarse de un amor vivo? Porque esto es una carta de amor, sí, pero también de despedida.
                 Yo me enamoré de mi perdición, y aún que desde un principio me percaté de ello, continué. Porque tú me destrozaste, me hiciste daño, y tanto que te lo agradezco. Porque sólo así comprendí que lo que tenía dentro no sólo era un músculo.
                Pero, Sin Nombre, no sólo reinaba la tormenta. Tú me enseñaste a amar. Tú me enseñaste a contemplar las estrellas imaginando un futuro volando sobre ellas. Tú me enseñaste a mirar a los gatos negros a los ojos, sin temerle a la buena suerte. Porque tú me enseñaste que la buena suerte se escondía tras los espejos rotos. Tú me enseñaste a soñar despierta. Me enseñaste a luchar. Me enseñaste a no tenerle miedo al abandono, y si a pesar de tu huida sonrío, es porque algo hiciste bien. Tú eras las olas del mar, y yo era la espuma. Tú eras el fuego, y yo era el humo. Tú eras el refresco, y yo era las burbujas. Y es que sin ti, ¿qué me queda? ¿Es que acaso, Sin Nombre, se puede vivir con medio corazón?
                Y me arrepiento, Sin Nombre, me arrepiento.
                 Porque me pasé la vida escribiéndote,
                 lo que no me atrevía a decirte.





                                                                                                            Te quiero.

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