a los besos vacíos, los escudos de humo,
a los volcanes de agua y a las típicas decepciones de las dos de la madrugada.
Me he acostumbrado a la simplicidad de los te quieros,
a las resacas de lamentos, a las cartas de despedida
y a eternas e internas cicatrices.
Y, como siempre,
me hallo en la penumbra de mis infiernos
buscando la manera de encender la luz
para perder la costumbre de amar lo violento.
O a ti
que es lo mismo.
Me empeñé en buscar la felicidad en tus ojos
cuando en realidad se escondía entre las rarezas de los domingos,
los rincones más secretos y los gritos en el bosque.
La felicidad estaba en mi,
oculta tras el verdadero significado de "ausencia".
Tu ausencia.
Y, acostumbrándome a ella,
a dolor,
y angustia,
trato de escapar de esta estúpida, dañina, y destructiva monotonía.
Para acostumbrarme a desacostumbrarme
a añorar a una estrella
que hace ya tiempo que se apagó.
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