jueves, 26 de marzo de 2015

Música.

-Basta- dijo ella, clavando sus afiladas uñas en su mano desnuda.
-Supuse que estaría bien ambientar tu cuarto con música alegre para así engañar a tu corazón- dijo él, arqueando una ceja, sin intentar pensar. Porque él no quería saber nada.
-Quiero que la apagues.
Él la apagó, sin recapacitar sobre ello, y le miró a los ojos. Ojos mar. Melancolía. Sangre. Tristeza.
-Yo quiero que sonrías.
Pero eso no era lo que él quería. Porque ella estaba muriendo, y no quería besar los labios de un cadáver.
-Pues pon algo de música melancólica, de esa que es como un puñal. Pon algo triste. Algo que me haga llorar. Por favor, quiero llorar- dijo, entre lágrimas.
-Ya estás llorando- dijo él, sin comprender nada. Colocó su mano, cálida, sobre la pierna fría de ella. Se asemejaba a la nieve, frágil, gélida, pálida, a punto de deshacerse.
-Pero yo quiero llorar con alguien. No quiero llorar sola, y ahora estoy sola. No me acompañas, la música que me obligaste a escuchar no me acompañaba, nadie me acompaña. Quiero que alguien esté triste conmigo. Que alguien me comprenda. Que alguien me haga sentir mejor persona. Menos sola. Menos abandonada. Quiero que pongas una melodía que me arrope y no me haga sentir que soy la única persona que siente que todo está arruinado.

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